Chai Editora suma a su catálogo una antología de cuentos inéditos en castellano de Ann Beattie, una escritora central para la literatura de Estados Unidos desde la década de 1970, admirada por Loorie Moore y Margaret Atwood. Divorcios, abortos, depresiones, adicciones, amores y desamores son algunos de los temas abordados a través de un lenguaje simple, irónico y agudo.
Por Rocío Ibarlucía
Los cuentos de la escritora norteamericana Ann Beattie suelen delinear con simpleza, en pocas palabras, los rasgos de un personaje, sus conflictos internos, sus complejas relaciones con los otros. En uno de los relatos de la nueva antología, el narrador sentencia: “y recordó todas las veces en que Sue Anne lo había criticado por comer sin plato, como si las migas que caían al suelo fueran la prueba de que la vida estaba a punto de salirse de control”. Así es la escritura de La casa en llamas: historias sin presentaciones, que empiezan en medio de un conflicto, pero que consiguen mediante un lenguaje económico y poéticamente preciso condensar la densidad de emociones que atraviesan los protagonistas. Y, al narrar tanto los conflictos dramáticos como las acciones triviales con un mismo tono casual y frío, construyen una atmósfera de tensión e incomodidad, que obliga a leer entrelíneas el espesor de sentidos ocultos en los diálogos y las descripciones.
La casa en llamas de Ann Beattie se suma a la colección de cuentos –dirigida por el reconocido escritor argentino Federico Falco– de Chai Editora, fundada en 2019 desde Córdoba con el fin de traducir obras narrativas contemporáneas de diferentes partes del mundo. Esta antología traduce –de la mano de Virginia Higa, autora de Los sorrentinos– por primera vez al castellano trece relatos, originalmente publicados en la revista semanal The New Yorker entre 1976 y 2006. Con una tinta aguda, cargada de humor ácido e irónico, los textos hacen tambalear el sueño americano al trazar conflictos cotidianos de jóvenes de la clase media blanca, quienes lejos de tener éxitos económicos, profesionales, políticos o amorosos, atraviesan divorcios, despidos, abortos, duelos, amoríos, problemas de maternidad y paternidad, discusiones de pareja, entre amigos o familiares.
Tapa de “La casa en llamas” de Ann Beattie. Traducción de Virginia Higa. Buenos Aires, Chai Editora, 243 páginas.
Este libro resulta ser un descubrimiento para el mundo hispanoparlante de una autora icónica de la literatura de Estados Unidos desde 1970, admirada por escritoras de la talla de Loorie Moore y Margaret Atwood. De hecho, Ann Beattie es considerada una de las voces representativas de la “generación post-Woodstock”, movimiento de escritores jóvenes que retrata la “resaca” de los 70, signada por una mirada desencantada respecto de las utopías de amor y paz de la década pasada. En un campo literario dominantemente masculino, entre escritores que se dedican a esta literatura de paisajes desalentadores, como Raymond Carver, J. D. Salinger, John Cheever o John Updike, Beattie logra ocupar un lugar privilegiado con sus publicaciones de cuentos y novelas.
Su literatura también ha sido asociada con la ficción minimalista –encabezada por Carver en su país–, dado que sus historias no presentan tramas complejas o grandes conflictos, sino que se centran en los problemas emocionales de sus personajes, en sus relaciones interpersonales, mediante un lenguaje sin ornamentos ni adjetivaciones, con oraciones breves y estructuras sencillas. Sin embargo, los cuentos reunidos en este volumen han sido escritos a lo largo de cuatro décadas, de modo que los contextos históricos –entre la guerra de Vietnam y la guerra de Irak–, las temáticas y su estilo literario van sufriendo modificaciones. Y en esa variedad radica uno de los tantos atractivos de esta colección.
Los personajes de Beattie no llevan a cabo vidas convencionales, pues transgreden en mayor o menor medida lo socialmente aceptado. En apariencia, encontramos argumentos livianos, pero en el entramado de diálogos e imágenes subyacen agudas críticas a las estructuras sociales y, a veces, de género. En ciertos relatos, por ejemplo, es posible advertir una inversión de los roles históricamente asignados a lo femenino y lo masculino. Las mujeres buscan habitar otros espacios por fuera del hogar y el matrimonio, exploran su sexualidad, desean tener noches libres para ganar autonomía, mientras que hay ciertos hombres que pugnan por la tenencia de sus hijos o dejan sus hogares para poder vivir su homosexualidad. Estos temas controversiales durante los 70 hoy tienen resonancias en un contexto de conquistas de los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales a nivel mundial, así como cobra particular interés su capacidad de repensar la masculinidad.
Otro de los temas desplegados en esta antología que sigue interpelando nuestro presente es su modo de abordar las separaciones de pareja, que en algunos casos ponen en crisis los relatos sobre el amor romántico. El primer cuento, por ejemplo, hace estallar los cristales del zapatito de Cenicienta, con una historia en la que no hay finales felices, sino un divorcio que reescribe, con sutileza, la figura del príncipe azul, la princesa y los objetos-símbolos del cuento de hadas. Las familias perfectas no existen en la escritura de Beattie, la imagen estereotipada del sueño americano se resquebraja, pero lo debemos inferir a partir de ciertos comentarios menores o mediante las sugerencias que podemos encontrar en los títulos, que brindan claves de lectura para llenar los blancos del relato.
De hecho, lo que se dice es tan importante como lo que no se dice, lo que no pasa, lo que queda latente en las descripciones. La omisión es, sin dudas, un procedimiento privilegiado por la autora. Porque sus cuentos no ponen el foco en la acción, sino en los diálogos, que tienen la potencia de una flecha que en más de una oportunidad puede atravesarte el pecho y dejarte sin aire.
Esa ausencia de acción, además, hace que sus textos estén sostenidos en lo visual. La voz narradora puede pensarse como una cámara cinematográfica que se detiene en primeros planos de rostros o en planos detalle sobre objetos, como una taza de café, un cigarrillo, un libro, un auto, que nos dan pistas sobre el personaje. A través de esta prosa de imágenes cinematográficas, acompañada por bandas sonoras construidas con citas de Bob Dylan o Mick Jagger, narra de forma neutra: como si dibujara fotogramas que capturan momentos cotidianos, escenas familiares sin que intervenga demasiado la voz de quien escribe.
Este tipo de escritura requiere de un lector activo, que reponga lo que queda en el plano de la sugerencia. Y la participación debe activarse todavía más en los finales, dado que no hay cierres, sino que pareciera que la narración se detiene. Esta elección exhibe una voluntad de la autora por mostrar fragmentos, retazos de historias, a las que nos invita a espiar por la hendidura de la puerta, como sucede en el mundo cotidiano, que solo vemos destellos de las vidas de otras personas.
De este modo, los cuentos de Ann Beattie nos dejan entrever la cotidianeidad de jóvenes de la clase media blanca norteamericana, que se aleja de las utopías de los sesenta y de la contracultura del rock y las drogas. Sus relatos, ante todo íntimos, con diálogos que tienen un espesor de sentidos poéticos y políticos, no exhiben la armonía del hogar, sino que lo ponen en llamas, como también ponen en llamas el sueño americano, las ilusiones de una generación, sin abandonar el humor y la frescura, que hacen que sus textos sigan tan vigentes como antes.